viernes, 8 de mayo de 2009

lo ke pasó después: 4 ángeles ke caen, caen, caen, caen

II
Dios sólo se da cuenta de que la muerte existe cuando sus ángeles desaparecen inesperadamente. Y eso fue lo que pasó: no desaparecimos, no del todo, pero sí nos transformamos.
Nos llamaban megarealistas, a veces incluso gigarealistas. Éramos una vanguardia prodigiosa. Pero virtual. No supimos más que publicar en la web. Vivir en la red. Multiplicarnos en el espacio y tierra de nadie de la virtualidad. Y del virtuosismo. Por ejemplo:
En qué momento del deseo
ha renunciado el lenguaje
para volverse sólo lengua...
O sea:
tú eres el principio del universo conocido por mí
y el final de cualquier vida inteligente
digo como si fuera una bacteria
en la apertura de toda evolución...
Y ese tipo de cosas.
En una de nuestras conferencias virtuales, linkeamos el video de Poppy Z. Britte. Un video de antes de las inundaciones. Era una historia antigua, pero en cierta forma conmovedora. Ella hablaba en un perfecto inglés de Nueva Orleans. Explicaba cómo amaba a sus gatos y odiaba el calor. Cómo en pleno verano tenía que deshacerse de la blusa, del corpiño, para soportar la temperatura. Y cómo debía de resguardar a su legión de amados felinos en una habitación especial, a veces en jaulas hechas con alambre. Como si fueran gallinas. Porque si no todo lo meaban.
Y seguía, con esa perfecta seducción de joven maestra de escuela antigua. Acariciaba nuestros sentidos, recónditamente. Como una fantasma. Pero viva. Insinuante. Inocente. Como un ángel.
Y continuaba explicando lo de las argollas en sus pezones. Y cómo eran tan finas, tan de plata, tan como picaportes que llaman al deseo, lo atraen, lo jalan de hecho. Y cómo, decía ella, en un descuido, una de las argollas había llamado a la desgracia. Se había atorado en el alambre de una de las jaulas. Justo en el momento en que Poppy alzaba a uno de los gatos.
El pezón se desgarró.
Sangre, dolor; alarma después porque la bella forma del seno, del extremo de la piel, quedara deshecha, como si el rostro más hermoso del mundo terminase con una sonrisa horrible. Una mueca.
Pero entonces Poppy veía por un segundo al espectador. Su mirada tan lejos de la mirada de los gatos, tan cerca del espejo del deseo. Inesperadamente realizaba con las manos un movimiento, casi impersceptible, bajaba el escote de una blusa de tejido flexible, y mostraba su seno derecho.
Ahí estaba un universo de luz rosa, pálida, admirable, rodeando el centro rojo, suave púrpura de un pezón perfectamente bien formado. Sin rastro alguno de cicatrices.
Eso era todo: la curación milagrosa. El pecho intacto.
Y luego ya presentamos algunos poemas multimedia sobre la forma de las chichis de Poppy, las nalgas de Madonna, el pubis de alguna diosa del porno. Las letras y el sonido de la voz en los poemas iban formando cada figura, cada imagen, como si tatuaran sobre el espacio un laberinto de carne.
Eso hacíamos a veces. Otras presentábamos las noticias —en endecasílabos satíricos— sobre tecnócratas, abogansters y empresaurios, mientras superponíamos la transmisión pirateada de algo conocido como naked-net o naked-news, ya ni me acuerdo bien. Una presentadora iba deshilvanando lo más importante del día, y como si se desprendiera de cada información, una parte de su indumentaria iba cayendo. Al final, totalmente desnuda, sólo quedaba la buena nueva de su cuerpo y su sonrisa.
A veces hacíamos jip jop y jop jip sobre algún narco.
En una ocasión nos suicidamos grupalmente. O sea que para escapar a la persecución de un sicario (el licenciado Porrón Madrazo, que nos odiaba y a quien también odiábamos), fingimos nuestra muerte.
Y todo fue tan realista que hasta nosotros creímos morir.
Y nos gustó estar muertos.
Así nos convertimos alegremente en unos difuntos virtuales, compadres de la parca, amantes de las sombras, o sea en nomáslosmuertosestánbiencontentos.com.mx

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